La historia de los Hamilton es un camino de superación hacia la gloria. Anthony, el padre de Lewis, vivió el pasado domingo uno de sus días más felices. Él mismo es su mánager y, nada más acabar la carrera, se vio rodeado por una nube de periodistas que le preguntaban sin cesar. La Fórmula 1 ya no es un deporte de gentleman-drivers. Ahora se llega a la gloria desde la clase media o baja. Ninguno de los integrantes del podio del domingo es rico de cuna. El padre de Kimi hizo hasta de portero de discoteca para pagar su afición al kárting. José Luis Alonso trabajaba como mecánico químico en la mina y quemó varios coches llevando a su hijo por Europa. Y el progenitor de Hamilton fue ferroviario. Su padre emigró desde la isla de Grenada y trabajó en el metro de Londres.

Para Anthony, la reacción de su hijo al bajarse del podio fue de lo más espontánea: "Se reía sin parar". Y esa sonrisa significaba: "Sabía que podíamos hacerlo. Sigue siendo un chico con los pies en el suelo y no quiero que deje de serlo. No quiero que pierda su concentración en el trabajo, es lo que le hace soberbio y haré todo lo posible para defender esa cualidad".

También dedicó unas cariñosas palabras a Dennis. Ron fichó a Hamilton por una promesa en una entrega de premios cuando el chaval sólo tenía trece años. Con descaro, aquel niño le pidió que le fichara. Dennis le dijo que lo haría sólo si ganaba un campeonato de kárting. El niño venció y Ron cumplió su promesa. Por eso merece todo el cariño de Anthony: "Probablemente será uno de los días más felices y orgullosos de su vida. Hay que darle todo el crédito posible, ¿cómo diablos pudo fichar a un chaval de trece años y decir 'veo algo especial en ti'? Está claro que tiene una vista fuera de lo normal".