La carrera del domingo se nos va a hacer eterna. Las 71 vueltas al viejo y legendario Interlagos nos van a parecer una película de suspense a cámara lenta. Hay que confiar en que las velas puestas a la Santiña de Covadonga surtan efecto, pero, si la tensa espera se está haciendo interminable, la batalla final va a ser un sufrimiento hasta el último suspiro. Oigo rugir los motores y me entran los nervios. Me acuerdo de la tuerca de Hungría y del motor de Monza, y al conocer que tuvieron que cambiar el motor del R26 de Fernando por haber encontrado algo preocupante, el tembleque ha sido total. Sin embargo, ver de cerca a Alonso y charlar con él alivia tantísima inquietud. Transmite una tranquilidad apabullante y esa sangre fría es un seguro de vida.

Mientras muchos malpensados elucubramos sobre posibles maniobras sospechosas en su contra, su aplomo invita a desmontar todas las teorías de conspiración. Ha hecho de la presión un aliado y no un enemigo. Da la sensación de que nosotros vamos a disputar el título y él va a ser el espectador. Estamos en un santuario de campeones, el circuito donde se forjaron las leyendas del gran Fittipaldi y el héroe Senna y éste es también territorio Alonso. Le hubiera gustado que sus padres estuvieran aquí pero sabe que José Luis, y sobre todo Ana, sufrirán un poco menos desde casa. Confío ciegamente en él y en el equipo y estoy convencido de que mañana podremos celebrar que uno de los nuestros será bicamp... bueno, mejor no lo digo aún por si trae mal fario.