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La venta de Hispania | La intrahistoria

Un proyecto que se torció en su génesis

Carabante sólo pretendía ser accionista del equipo

Actualizado a
<b>EN FAMILIA. </b>José Ramón Carabante con su hijo, José, hasta ayer propietarios del equipo.
HISPANIA

Pues va a ser verdad aquello de que lo que mal empieza, mal acaba. El proyecto del primer equipo español de F-1 se inició ya con muchas complicaciones y no pocos despropósitos, que en todo momento han supuesto un pesado lastre para sacarlo adelante con las mínimas garantías de éxito.

Originalmente, Adrián Campos era quien debió estar al frente de la escudería, con el apoyo financiero de Meta Imagen, empresa española dedicada a la representación de deportistas. La función entonces de José Ramón Carabante era exclusivamente la de socio capitalista, sin ningún tipo de función ejecutiva.

Sin embargo, el fracaso en las gestiones de patrocinio y el desencuentro permanente entre los socios llevó a la salida del proyecto tanto de Campos como de Meta, con lo que el empresario malagueño se convirtió en el presidente de una escudería que pasó a denominarse Hispania, nombre compartido con una de sus empresas inmobiliarias. Carabante tuvo que enfrentarse así al desafío mayúsculo de poner en marcha un equipo de grandes premios sin el apoyo de patrocinadores, sin estructura, prácticamente sin coches ni pilotos... y sin experiencia en el mundo de la competición.

Carabante se encontró así en un callejón sin salida. Si abandonaba, perdería toda la inversión realizada hasta ese momento; si seguía adelante, debería avalar con su propio patrimonio, ya que las inversiones de terceros nunca llegaron. Se puso en manos de Ecclestone, que le recomendó que aguantará el tipo, que conservara una licencia valiosa, puesto que de ese modo podría revenderla en no demasiado tiempo a un tercero interesado en ella, en concreto a Volkswagen, que en esos momentos barajaba la opción de entrar en la F-1.

El empresario siguió tales recomendaciones, con la esperanza lógica de poder recuperar su inversión, y delegó la responsabilidad deportiva en Colin Kolles (otra propuesta de Bernie). Sin embargo, el comprador no terminaba de llegar y los gastos aumentaban, asumiendo unos compromisos económicos que tenía dificultades de satisfacer. Nunca pudo instalarse en Murcia como prometió, se rompió el acuerdo con Dallara, no pudo pagar a Pedro de la Rosa para que fuera su piloto, no consiguió el presupuesto para utilizar las instalaciones de Toyota en Colonia... En definitiva, un cúmulo de tropiezos que sólo podía acabar en la venta cerrada ayer.