Oviedo, Cádiz, Betis y los posos del café

Mi instinto de viejo aficionado me trajo ayer a la Muy Noble, Muy Leal, Benemérita, Invicta, Heroica y Buena ciudad de Oviedo, donde el equipo titular de la capital asturiana recibía al Cádiz, partido de ida de ascenso a Segunda. Dos clubes que lo han pasado mal, que luchan por el regreso a categorías superiores, que bien merecen. Un estadio de 30.000 espectadores lleno, para un partido aún de Segunda B. Más de mil gaditanos viajeros, todos de amarillo. El resto del campo es azul. Sobre el campo, azul y amarillo mezclan bien. El azul que fue de Lángara, el amarillo que fue de Mágico González. La ilusión de tantos años.

El partido es apretado y denso, jugado con seriedad táctica, servido por un esfuerzo común. Sin apenas resquicios. Cerca del descanso, Juan Villar encuentra una, se va por la derecha y le pone el balón en bandeja a Jona. Al Oviedo le toca remar todo el segundo tiempo río arriba. Carlos Slim, el propietario-milagro, está en un palco, vigilante, y no es cosa de decepcionarle. Al fin llega el 1-1, obra de Cervero, ingresado sobre la marcha. Un entusiasta contagioso, un cabeceador rotundo. Los últimos apretones no dan fruto. Llega el final y se van todos, agotados y apretados. El domingo que viene, más. En Cádiz, Tácita de Plata.

Me eché a la carretera contento de haber visto algo diferente de lo de cada domingo. Fútbol subyacente, pero fútbol de verdad, jugado y contemplado con pasión. Partido académico y apretado en su primer tiempo, desparramado en el segundo, cuando la ansiedad y el cansancio rompieron la pizarra. En el viaje de regreso, la radio salpica entre resultados electorales el jubiloso ascenso del Betis. ¡Pena no poder estar en dos sitios la misma tarde! Pregunto en la redacción y me dicen que Florentino sigue mirando los posos del café. ¡Qué bueno que haya fútbol más allá de las obsesiones de cada día!