Ante la pregunta del periodista, Alfonso de Portago clavó sus ojos negros, se quitó su eterno cigarrillo de la boca y le contestó con sinceridad. "Un hombre tiene que encontrar aquello que pueda hacer bien en relación a cómo lo hacen los demás. Y yo puedo conducir tan bien como cualquiera", explicó. El primer piloto español de Ferrari tendrá desde esta semana un ilustre acompañante en la estadística, Fernando Alonso. El asturiano será el piloto 107 de la Scuderia, la primigenia de la F-1, el lugar sagrado donde sólo llegan los más grandes.

Ferrari es el equipo con mejor palmarés de la historia y a ese cuadro ya ha contribuido un español. De las 60 temporadas de los chicos de rojo, en dos (56 y 57) hubo un español como piloto oficial, de los 790 grandes premios de Ferrari, en cinco participó Alfonso y de los 628 podios, uno fue el segundo puesto del aristócrata en el GP de Inglaterra de 1956. No ha habido participación nacional en las 210 victorias, pero eso ya se encargará Fernando de arreglarlo.

Lo cierto es que Portago y Alonso son tan distintos como lo es el mundo de los años 50 del actual. El primero es un Grande de España, hijo de nobles que vivió siempre en el esplendor que le otorgaba su posición; el segundo, hijo de un maestro industrial y una dependienta de El Corte Inglés que trabajaron muy duro para que su hijo se convirtiera en un grande.

El marqués llegó a Ferrari después de haber sido un gran cliente en las carreras y era un fumador empedernido; el Nano tiene el mejor historial de los pilotos actuales, es doble campeón del mundo y un deportista perfecto. Pero ambos coinciden en el talento para llevar un coche de carreras al límite y esa extraordinaria capacidad de los hombres únicos para vivir felices en el lugar donde la vida juega con los dados del destino.