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Marc Coma de la Puch al desierto

Yo digo | Manuel Franco

Marc Coma de la Puch al desierto

Marc Coma de la Puch al desierto

Si el rostro es el espejo del alma, la sonrisa es el reflejo del corazón. Y Marc Coma posee una de esas sonrisas que dejan ver una buena persona dentro de su cuerpo. La imagen de este joven catalán, junto con su compañero Isidre Esteve, ayudando a Giovanni Sala a llegar a la meta de Castelldefels es la última prueba de que éste es un hombre que merece la pena. Y, sobre todo, la sonrisa que despliega pronunciando una de las máximas del Dakar, eso de "hoy por ti, mañana por mí".

Marc Coma apareció en la carrera africana hace tres años con una CSV, una moto experimental, y la ayuda de Carlos Sotelo, aquel que hiciese el Dakar con la Gilera 600. No pudo llegar, pero dejó muestras de su talento en varias etapas y al año siguiente ya estaba en el equipo oficial KTM con el patrocinio de Repsol. Fue tercero en cuatro etapas y llegó undécimo a Dakar. En 2004 tuvo que abandonar, pero este 2005 debe ser su año, el de su confirmación y quizá el de su triunfo. Ricard Coma, su padre, llegó a ser quinto en el Campeonato de España de motocross y a los ocho años, Marc, ya pilotaba una Montesa Cota 348. Con esa maravilla se perdió varias veces siendo niño por las montañas catalanas. Con una Puch Cobra de 75cc corrió sus primeras carreras en su pueblo, Aviá. Era el nacimiento de un piloto, o un niño que tenía que sacar buenas notas en el colegio para llegar a serlo. Con una Honda CR 125cc de cross empezó a correr campeonatos provinciales, pero a los 18 años dejó el motocross y se pasó al enduro. Pronto llegaron los triunfos, en 1995 es campeón de España júnior con una KTM de dos y medio y entra en el equipo nacional de Enduro con el que logra la medalla de plata en el Mundial, el famoso ISDE.

En 2002 recibió la llamada del desierto y no ha podido deshacerse de su magia. Con la CSV de motor monocilíndrico de una Suzuki DR Big debutó en la prueba y poco a poco ha ido escalando hasta convertirse en favorito. Ahora sigue con su sonrisa de niño, su cara de pícaro y esa expresión de buena persona cuando cuenta, con orgullo, que no ha hecho más que su deber. Sala se lo agradecerá pronto.

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