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BARCELONA-PSG | PAPIN

“Leo Messi y Cristiano terminarán con el delantero de área”

Comentarista de Bein Sports, Papin recibe a AS en París, con vistas a la Torre Eiffel. Es dicharachero, espontáneo y un exfutbolista de los que gusta hablar y recordar.

ParísActualizado a
Jean Pierre Papin.
Fernando Zueras

¿Es verdad que usted en sus inicios era portero?

—Sí.

—¿Y que en el primer partido le hicieron siete goles?

—Cierto.

—¿Y cuándo se dio cuenta que lo que a usted le gustaba era hacer goles?

—En ese mismo partido.

—¿Cómo?

—Sí, es muy sencillo. Mi primer partido como jugador siendo niño fue una locura. Arranqué el choque como portero y después de que en la primera parte nos golearan por 7-0, el míster me brindó la oportunidad de salir del marco y ponerme como jugador de campo.

—¿Y?

—Perdimos 7-3 e hice los tres goles de mi equipo.

—Y desde entonces…

—Delantero centro.

—¿De dónde sacó la Papinade? (Su tiro de volea).

(Ríe). Es una larga historia. En 1986 fiché por el Olympique de Marsella, después de estrenarme dos años antes con el Valenciennes (15 goles en 33 partidos) y de emigrar una temporada al Brujas, que me sirvió de trampolín (26 goles en 33 partidos). Cuando llegué al Velòdrome lo hice con la ilusión del que regresa a casa, pero con la incertidumbre de qué pasaría. Así, tras unas sesiones, se me acercó Alain Casanova (actual entrenador del Toulouse) y durante los seis años que jugué en Marsella estuvo practicando conmigo ese remate que me acompañaría durante el resto mi carrera.

—¿Esa fue la primera lección de sacrificio?

—Una de ellas, sin duda.

—¿Le costó mucho llegar?

—Siempre supe que lo conseguiría, pero que no iba a ser sencillo.

—¿Tenía apoyo?

—Eso es imprescindible. Comencé a entender el deseo de los míos cuando mi abuela me regaló mis primeras botas: ella ya lo tenía claro. (Ríe). Luego estaba la figura de mi padre, al que siempre iba a ver jugar. Entre eso, las propias ganas, los genes y la suerte que se necesita, pude llegar a lo más alto.

—¿Quiso estudiar?

—No se me daba nada mal la escuela. Bueno, las matemáticas, sí, pero en el resto de cosas era bueno.

—¿Cuántas Ligas ganó entre 1989 y 1994?

—Todas: cuatro con el Marsella y dos con el Milán.

—Debió malacostumbrarse al éxito.

—Para nada.

—¿Por?

—Siempre entendí que nadie regala nada y menos el éxito de un campeonato nacional. Fue el fruto de un esfuerzo común. El reto cada años era mayor.

—¿Existía tanta presión?

—Sí, claro, aunque parece que no nos acordemos.

—¿Qué recuerdos tiene de su etapa en el Olympique?

—Allí me hice un hombre. Además de conseguir títulos con el equipo, el bloque me ayudó a ser reconocido internacionalmente. En 1991 me dieron el Balón de Oro, además del premio World Soccer y el Onze de Oro. Durante cinco temporadas consecutivas, entre todos me ayudaron a ser el máximo goleador del campeonato francés y eso me abrió las puertas a ser traspasado al Milan de los holandeses.

—Con el que soñó ganar la Copa de Europa de 1993.

—Pero la celebración se disfrutó en Marsella. ¡Qué cosas! Ya venía de perder la temporada 1990-91 en el estadio San Nicola de Bari ante el Estrella Roja. Caímos en la tanda de penaltis. Entre esa y la que posteriormente perdimos con el Milan ante mi exequipo, creí que mi historia con la Copa de Europa sería una leyenda negra.

—Pero todo cambió en 1994.

—Parecía abonado a jugar las grandes finales. Aquella nos emparejó con el Barcelona, al que goleamos 4-0.

—Aquella fue una victoria muy sonada.

—Vencimos a un gran Barça, que a partir de ese momento se desinfló mucho. Yo no jugué.

—¿Cómo era Berlusconi?

—Increíble. Un presidente muy presente en todo lo que sucedía con el Milán. Aquél era su club y nosotros, sus jugadores. Nos adoraba y eso le hacía especial.

—Galliani siempre estaba cerca de todo, ¿no?

—También le llamábamos presidente, aunque no lo era. El Milan tenía personas importantes en el entorno de la sociedad. Cada una con un rol, una función interesante. Nadie se salía del margen y todos cumplían con su cometido. Ustedes, en Barcelona, tienen ahora uno de aquellos.

—¿Braida?

—No sabe el control que tiene y su agenda de contactos. Es impresionante.

—¿Tan espectaculares eran las sesiones con los holandeses?

—Fue una época bárbara. Nos los pasábamos muy bien en los entrenamientos y en los partidos. De los tres, Van Basten, Gullit y Rijkaard, guardo un sensacional recuerdo, como del resto de compañeros. Era aquel un buen grupo de amigos.

—¿Asustaba Van Basten?

—Cuando el Milan llamó a la puerta del Olympique y me dieron aviso de que me querían fichar, mi gran sueño era compartir delantera con Marco. Por entonces, en 1994, no existía la Ley Bosman. El Milan podía tener todos los extranjeros que quisiera, pero sólo podían participar tres en el campo.

—¿Por qué no encontramos en el currículum de Papin un éxito con la selección?

—Por una desgracia muy grande. Si en 1986, en México, fuimos los terceros clasificados, para el Mundial de 1994 nos estampamos en casa. Ante Bulgaria, en el Parc des Princes, perdimos de manera lamentable nuestras opciones. Teníamos una excepcional selección con Deschamps, Ginola, Desailly, etc... Pero en el último partido no supimos aguantar un empate y al final perdimos. Fue un drama. Le podría garantizar que es el punto negro de mi carrera.

—¿Cómo ve al Barça?

—Es una bomba. Creo que puede conquistar Champions League y la Liga. Tiene tres delanteros de oro. Luis Suárez, en el Parc des Princes lo hizo de locura. En la primera parte se fajó para el bien del equipo y en 20 minutos liquidó al rival. Messi está a otro nivel; si no quiere jugar, camina, pero si está motivado, vuela. Es un espectáculo, como Neymar, al que si le das un espacio, lo aprovecha.

—¿Y el Madrid?

—Un poco menos fuerte que la temporada pasada, la verdad. Tiene grandes futbolistas, excepcionales, pero es más sencillo complicarles la vida a ellos que al Barcelona.

—¿Cree que le pesó a Luis Suárez el precio de su traspaso?

—No. Recuerdo que cuando me fichó el Milán, fue el traspaso más caro de la historia en ese momento. La gente especulaba con eso, pero un delantero de ese nivel está por encima de esas cosas. A Suárez lo que le pasó es que durante cuatro meses perdió su espontaniedad, sus puntos de referencia, etc... Y eso luego no es sencillo de recuperar. Además, arrancó en la banda y tuvo que ir aclimatándose a todo.

—¿Le sorprendió que Rijkaard fuese tan buen entrenador?

—No. Él ama el fútbol por encima de muchas cosas y eso le hizo estar siempre atento a aprender lo máximo posible. En el fondo se parece un poco a Deschamps, actual seleccionador de Francia. Ambos jugaron en el centro del campo y creo que eso supieron trasladarlo a sus capacidades para encontrar las buenas soluciones como técnicos.

—¿Sigue el fútbol español?

—Sí, es una de mis debilidades. Vivimos permanentemente una batalla entre Barça y Real Madrid. Se coló el Atlético en la fiesta y asoman Valencia y Sevilla. Todo eso me hace estar atento a lo que sucede en el campeonato.

—¿Qué opinión le merece la comparación entre Messi y Cristiano?

—Son únicos. Están en unas cifras realizadoras espectaculares. Ambos están acabando con el delantero de área.

—¿Por qué?

—Son brutales. Arrancan desde lejos y muchas veces anotan tras combinar y entrar en el área. Claro que ellos y el resto marcan estando allí, pero su capacidad llega desde muy lejos. No tienen una referencia: son el gol de sus equipos.

—¿Entiende lo que le sucede a la Selección?

—Claro. Las selecciones son como los clubes; existen los ciclos. El tiempo pasa para todo el mundo y los jugadores se hacen mayores. Luego es difícil renovar los grupos porque la calidad no es la misma y hay un tiempo de adaptación necesario. Pero no me inquieta el futuro de la Selección.

—Usted tiene pinta de habérselo pasado muy bien en los vestuarios y jugando al fútbol. ¿A quién echa de menos?

—(Ríe). Es verdad que pude hacer lo que más me gustaba en mi vida: jugar al fútbol. Aprendí muchísimo de Klaus Allofs, el alemán; fue un maestro para mi. Disfruté como un enano de Chris Waddle en Marsella, aunque le tengo un cariño especial a un tipo único en el mundo: Eric Cantona.

—¿Cómo era?

—Atípico, con mucho carácter, muy de la risa y sobre todo, un compañero único. Es sensacional haber compartido parte de mi carrera cerca suyo. Todo es inolvidable.